El poeta que se inventó su propio secuestro

«Sé que muchos se rieron del atentado de que fui víctima —dice—. Los periodistas echaron el asunto a la broma. Y créame que solo fue despecho. Cuando regresé a esta casa, un centenar de gacetilleros me esperaba. Los había de todos los periódicos del mundo: ingleses, americanos, franceses, rusos, suecos, italianos... Todos querían saber. Todos querían ser los primeros en dar la clave. Y a todos los eché de casa sin decirles nada». Las confesiones de Vicente Huidobro, el gran poeta chileno de vanguardia, fueron recogidas por René de Costa en Chilenos en París (La Novela Nueva, 1930). El extraño suceso había acontecido tiempo antes, el 11 de marzo 1924. Huidobro no regresó a casa. Manolita, su mujer, recibió una esquela en la que se advertía de que no esperase a su marido. Huidobro estaba encerrado. Inmediatamente, acudió a la Policía y a la representación diplomática de su país. Juan Gris y su mujer, Josette, se personaron como amigos de la familia en casa de los Huidobro para acompañarlos y hacer frente a la avalancha de reporteros y conocidos.

Vicente Huidobro

Vicente Huidobro

«El poeta regresó al cabo de tres días. Tenía mal aspecto, pero eso tampoco era determinante: por entonces no había poeta de París que no reflejase un aspecto un tanto atormentado. Iba con un pijama bajo el brazo, lo cual era completamente absurdo»

Se puso en marcha la investigación, pero al poco la policía empezó a darse cuenta de que algo no cuadraba. El poeta regresó al cabo de tres días. Tenía mal aspecto, pero eso tampoco era determinante: por entonces no había poeta de París que no reflejase un aspecto un tanto atormentado. Iba con un pijama bajo el brazo, lo cual era completamente absurdo. Huidobro, al tramar el inverosímil secuestro, se había llevado su pijama favorito, para que la voluntaria reclusión no fuese más penosa.

Retratos de Huidobro por Hans Arp y Picasso

Retratos de Huidobro por Hans Arp y Picasso

Juan Gris y sus colegas estallaron en furia, pero él mantuvo la verosimilitud del cautiverio hasta el final, engordándola aún más cuando, al ser preguntado por la prensa sobre quiénes eran los autores, señaló a una sociedad secreta rival. Su versión del suceso tal como él mismo se la relató a Juan Gris y se publicó en Paris-Journal fue la siguiente:

«Por romanticismo político y como miembro de una sociedad secreta irlandesa había escrito y publicado su librito. A fin de castigarlo y obligarlo a desdecirse, otra sociedad antagonista, esta británica, lo atrajo mediante un ardid a la Porte d’Auteil, donde fue metido en un automóvil y cloroformizado. Se despertó en una casa desconocida. Durante tres días le conminaron allí con diversas amenazas para que firmase una declaración retractándose, a lo que repetidamente se negó con la mayor energía. Mas en virtud del revuelo armado por la prensa, agregado como era Vicente al cuerpo diplomático, volvieron a drogarle y lo depositaron en la calle Vintimille, a solo cuatro manzanas de su casa. Lo malo para el poeta fue que las investigaciones llevadas a cabo por la Policía la indujeron a recomendar a la Legación y a la familia que desistieran en sus averiguaciones porque el episodio era novelístico».

Vicente Huidobro

Vicente Huidobro

La policía hizo algunas averiguaciones. Ni rastro de esas sociedades secretas, que solamente existían en la mente del poeta en busca de fama y gloria por otros medios. En Chilenos en París recordó otra vez el episodio. Aunque habían pasado varios años seguía sosteniendo el torpe intento de hacer ver que había sido secuestrado: «Algunos amigos, entre ellos Picasso, Cocteau, Lipchitz, me dijeron que estaba mal esto que hacía con los periodistas. ¡Qué ridiculez! Yo tengo mucho que hacer y además no soy un fantoche. ¿Quiere usted saber quiénes fueron los autores del secuestro? Ya sus nombres están en poder de la policía. Fueron dos scouts irlandeses... Pero esto es cosa pasada. Bien pasada».

Eso mismo. Dos scouts irlandeses.

El que fuese su fiel amigo, Juan Gris, nunca le perdonó aquella treta. Muy enfermo y con la muerte a la vuelta de la esquina, Huidobro quiso visitarlo por última vez, enviando a un amigo para que le preguntase sobre esta posibilidad. «Mejor no. Dígale que mejor no», contestó.